Conferencias y artículos

"Algunas reflexiones sobre el rol y la misión de la universidad en el siglo XXI"

Seminario "Universidad en el siglo XXI: nuevos Roles y Desafíos". Auditorio del Campus Pocitos, 22/9/1997.

Conferencia del rector de la Universidad ORT Uruguay, Dr. Jorge Grünberg.

Autoridades académicas invitadas a este seminario, miembros del cuerpo académico, amigos. Este seminario nace de nuestra convicción de que el rol de las universidades en el siglo XXI será aún más crucial de lo que ha sido históricamente. Para Hegel, la importancia de la universidad en la civilización occidental deriva de la decisión de vivir en base a su inteligencia, por oposición a otras civilizaciones y sociedades que eligieron y aún hoy eligen, vivir en base a la fuerza, el misticismo o la fe. Según Ortega y Gasset, la universidad representa el saber instituido en poder social que en su momento supo oponerse a la fe o a la autoridad de los regentes políticos más o menos legítimos según las épocas.

A partir del renacimiento, la universidad fue una de las instituciones que ayudó a consolidar la libertad cultural e intelectual del individuo como pilar de sociedades basadas en la razón. Más recientemente, aparecieron otros poderes en la sociedad como las grandes corporaciones, la prensa o las nuevas formas de fanatismo religioso o ideológico. En algunos casos las propias universidad se transformaron en portavoces de estos nuevos poderes en lugar de cumplir su rol histórico de crítica racional y científica.

 

Un nuevo contrato social para las universidades

En Latinoamérica, históricamente la universidad se atrincheró en un rol autodelimitado, con énfasis en la formación de profesionales y de elites políticas y culturales. En los siglos XIX y XX, este rol fue importante para países nuevos y en formación, pero el rol de las universidades será distinto en el siglo XXI. Las universidades tendrán que proveer el tejido conjuntivo capaz de unir las fuentes de generación de conocimiento con los nuevos trabajos, con las nuevas formas de producción y con los cambiantes parámetros de un mundo cultural globalizado en el que será más difícil para cada sociedad mantener su propia identidad.

En este marco, las universidades debemos formular un nuevo contrato social que represente nuestro compromiso con las sociedades que servimos. Las universidades que reciben sus fondos del Estado, tendrán que aceptar rendir cuentas por el grado de eficiencia e integridad en el uso de esos recursos aportados por toda la comunidad. Las universidades que no recibimos fondos del Estado pero que recibimos una autorización para expedir títulos que nos otorga una gran influencia en la vida de los ciudadanos, por esa potestad también debemos rendir cuentas. Es decir que todo el sistema universitario tendrá que reformular su contrato social en el siglo que comienza.

Muchas veces las universidades nos refugiamos detrás de la libertad de cátedra y de la autonomía para no dar cuentas de lo que hacemos con los recursos que nos confieren. Pero debemos asegurar que nuestra misión es sintónica con los objetivos de las sociedades a las que servimos. Los ciudadanos tienen el derecho de exigir a sus universidades, igual que exigen a sus hospitales, el cumplimiento de "buenas prácticas", por lo cual deberíamos ofrecer una definición de "mala praxis educativa". ¿Qué potencial tenemos para hacer daño al medio ambiente, a la salud, al urbanismo, al diseño de nuestras ciudades y a la calidad de vida de los ciudadanos, si nuestra docencia e investigación no cuentan con la calidad necesaria?


Redefinición de la competencia universitaria

Las universidades pudieron recluirse durante décadas detrás de roles autodelimitados gracias a que no enfrentaban mayores competencias. Hoy, la competitividad universitaria nacional, regional y global, obliga a transformaciones rápidas, ya que por medio de las tecnologías de la comunicación las universidades tienen hoy la capacidad de ofrecer sus servicios sin barreras de tiempo ni fronteras. Las implicancias de esta "globalización del conocimiento" son importantes a nivel social y cultural. Basta con pensar lo que pasó con la industria audiovisual francesa, creadora del cine, hoy en día dominada por la producción estadounidense. Uno podría imaginar un siglo XXI, donde algunas "super universidades" logren predominar a través de redes globales de tal manera que nos encontremos con espacios educativos carentes de diversidad, imposibilitados de afirmar las peculiaridades culturales de cada comunidad. No es posible escapar a la tecnología de la comunicación aislando al país del mundo sino concibiendo universidades innovadoras, flexibles, que entiendan la tecnología y la utilicen a su favor y en beneficio del país.

Además de las nuevas tecnologías de la información, la competencia universitaria está siendo redefinida por la estandarización de tareas a nivel internacional y la emergencia del inglés como lingua franca. Nunca antes en la historia del ser humano las destrezas laborales fueron tan trasladables en una verdadera "globalización de las competencias". Un ejecutivo de cuentas publicitarias, un programador de computadora, un operador financiero, un diseñador gráfico, un productor audiovisual, tienen parámetros culturales y ocupacionales muy parecidos en Singapur, en Nueva York o en Montevideo y en muchos casos incluso se desempeñan en el mismo idioma (inglés) y con las mismas herramientas.

Esto hace que sea todavía más fácil que universidades de un cierto sector del globo provean formación profesional en otros.

Por último, no hay que olvidar a los procesos de integración regional como factores de redefinición de la actividad universitaria. En general, los procesos de integración han sido pensados particularmente en sus aspectos económicos y de modo más reciente, políticos, pero quizás algunas de las consecuencias más importantes a largo plazo sean las educativas y culturales. El Mercosur y la Unión Europea muestran los grandes cambios en materia de movilidad estudiantil, reconocimiento de títulos y ejercicio profesional transfronteras que implican los acuerdos de integración.

Adicionalmente, las universidades compiten además con el mundo corporativo. En los Estados Unidos, decenas de grandes corporaciones ya han establecido sus propias universidades porque no están conformes con los graduados que contratan. Esto significa que una de las funciones de la universidad, la formación de profesionales, empieza a verse invadida por un nuevo y poderoso competidor, poderoso no sólo por sus recursos materiales sino por su conocimiento de las habilidades necesarias para el desempeño laboral. Un segmento creciente de esta nueva competencia son las certificaciones profesionales ofrecidas por los propios proveedores tecnológicos o asociaciones de usuarios o proveedores.

A más largo plazo, las universidades también debemos considerar una competencia todavía difícil de medir: el autoestudio. Conocimiento de todo tipo empieza a estar disponible electrónicamente en todos los puntos del planeta. Es decir que en ciertos niveles y estadios de la formación, la capacidad del individuo para autoformarse es mucho mayor que la actual, diluyendo su dependencia de la universidad como proveedor integrado de conocimiento. Para que una persona siga concurriendo a una universidad que le exige una inversión cada vez mayor en dinero y en tiempo, le debe ofrecer algo más valioso que el autoestudio. Por eso es indispensable que las universidades revisen qué valor agregan a sus usuarios.


La evolución de la misión de la universidad

Históricamente, en el origen de las universidades en Europa, su misión enfatizaba la codificación y la transmisión de la cultura. En otras civilizaciones, como por ejemplo en China más o menos en la misma época, las instituciones equivalentes a las universidades tenían como misión principal la formación de mandarines y en menor grado la transmisión de la cultura. Más tarde las universidades europeas empezaron a tomar su cargo la formación de artesanos y profesionales sobre la base de reglas elaboradas por las corporaciones medievales. Algunas de las ceremonias de graduación que yo mismo presencié en Oxford, por ejemplo, derivan de las costumbres medievales de incorporación de nuevos miembros a las corporaciones. Posteriormente, a partir del Renacimiento fundamentalmente, cobra fuerza la idea de democratizar el acceso a la educación como un bien social formador de ciudadanos para los nuevos estados-nación. Post-revolución industrial, las universidades adoptaron un rol importante en la generación de tecnología.

Ortega y Gasset en "La misión de la universidad", libro de los años ´30, decía que la transmisión de la cultura era el objetivo más importante de la universidad. Decía además que la enseñanza de las profesiones era también importante porque alguien tiene que operar, y que la investigación científica era argumentable si debía considerarse como parte inherente de la misión universitaria. Su tesis es que la investigación tiene que hacerse alrededor de la universidad, pero no como objetivo central, porque no todos los alumnos ni profesores están preparados para, o interesados en, la tarea de investigación.

Coincido en que la transmisión de la cultura es cada vez más importante como misión educativa y creo que tenemos que revalorizarla. En un mundo cambiante, carente de anclas, asegurar la diversidad cultural es importante para que el diálogo científico, artístico y cultural de las naciones no sea monocorde.

Nadie duda que la enseñanza de las profesiones es un objetivo importante. Sin embargo ya no estamos en el medioevo. Las profesiones ya no son conjuntos de codificaciones estables durante siglos. Ahora el conocimiento es dinámico y cambia permanentemente, por lo tanto la misión de las universidades en el futuro puede que tenga que ser cada vez más, concebir nuevas profesiones y actualizar las existentes en lugar de formar profesionales. Nosotros en ORT hemos tenido desde nuestra creación la vocación de incorporar profesiones al país como analista de sistemas, diseño gráfico, ingeniería en telecomunicaciones y licenciatura en gerencia que no existían a nivel universitario.

En nuestro enfoque formativo debemos conjugar la necesidad de enseñar las nuevas especialidades que surgen permanentemente con la necesidad de conservar la visión generalista e integradora del conocimiento. En especial debemos recordar la advertencia de Vaz Ferreira contra "los bárbaros especialistas", que saben cada vez más sobre cada vez menos y terminan sabiendo "todo sobre nada".


La universidad y el cambio laboral

En la sociedad del conocimiento el valor de la educación universitaria para el ciudadano es cada vez mayor. Según la Organización Internacional del Trabajo, en los últimos veinte años los sueldos de personas sin un título de educación secundaria disminuyeron un 50%. Los sueldos de personas que sólo tienen un certificado de educación secundaria, disminuyeron un 15%. Las personas con título universitario no vieron su sueldo reducido y los que tienen un postgrado lo vieron aumentado en un 15%. Esto quiere decir que es cada vez más importante para el ciudadano obtener una educación apropiada en cantidad y calidad para el desarrollo de una vida plena.

Según Robert Reich, economista de Harvard y ex ministro de trabajo de los Estados Unidos, las nuevas ocupaciones requieren de formas de clasificación, distintas a las que estamos acostumbrados. Ofrece una taxonomía que divide los trabajos en servicios rutinarios de producción (obreros manuales y todos aquellos que trabajan en servicios preprogramados); servicios personales (aquellos que giran alrededor de la atención personalizada, como por ejemplo la industria turística) y los servicios simbólico-analíticos, o sea, todos aquellos que trabajan con símbolos, como programadores de computadoras, trabajadores de audiovisual, artistas, operadores financieros, abogados o diseñadores. Estos últimos, alrededor del 25% de los puestos de trabajo creados en los últimos diez años en los Estados Unidos son los únicos que han aumentado en sus ingresos.

El ajuste a estos tipos de trabajos que serán la mayoría en la sociedad del conocimiento, debe ser uno de los objetivos del sistema educativo. La educación actual fue diseñada en sus métodos y contenidos para formar personas que ejecutan tareas programadas, pero vivimos en un mundo en el que las tareas más valorizadas son aquellas que dependen de la creatividad y de la aplicación de conocimiento nuevo. Esto ocurre en todos los niveles del sistema educativo, pero nos preocupa el universitario en particular porque es el que está más cerca de la generación de puestos de trabajo. El sistema educativo todavía tiene pendiente el mismo tipo y profundidad de transformaciones que han sufrido otras estructuras productivas en las últimas décadas, tanto en sectores públicos como privados. La disponibilidad de recursos no puede ser excusa dilatoria para esta reforma porque el problema no es que se esté gastando poco en el sistema universitario, el problema es que estamos gastando mal. A fin del siglo XX, los problemas son muchos más cualitativos que cuantitativos. Muchas sociedades han llegado al límite de lo que pueden gastar en ciertos rubros y la cuestión ahora es cómo mejorar la calidad del gasto. Es decir como proveer más y mejor educación a más personas con los mismos recursos. Esta es la nueva frontera para la universidad en el siglo XXI.

Tenemos por delante una sociedad post-industrial, una sociedad donde la gente deseará o deberá retornar a la universidad varias veces a lo largo de su vida profesional. El que era vendedor de seguros puede querer ser arquitecto de interiores, quien era arquitecto puede querer ser pintor, el pintor deseará gerenciar un hotel, el que gerenciaba un hotel va a querer ser novelista. Y todas esas personas que por decisión propia o por necesidad deban cambiar su vida laboral, regresarán a las universidades y les pedirán respuestas.

Las universidades de hoy, con su estructura física y su organización académica, no están preparadas para recibir cantidades importantes de personas de diversas edades, de diferentes culturas que hablen distintos idiomas. Las universidades todavía están pensadas para un público homogéneo de 18 a 24 años. Pero esa no es la realidad que tenemos por delante. Debemos ofrecer respuestas a los que viven lejos, a los que no pueden desplazarse por discapacidades físicas, a aquellos que tienen estilos de aprendizaje distintos. Una sociedad pequeña como la uruguaya -aunque esto es válido para todas-, no puede hacer depender su desarrollo intelectual únicamente de los que tienen de 18 a 24 años y vienen del quintil superior socio-económico de la población. Tenemos que diseñar un sistema universitario más inclusivo en edad, en distancia geográfica, en estilo cultural y en el tiempo que la gente puede dedicar a la educación.


Conclusión: cooperación y colaboración

Uruguay es un país muy pequeño como para tener ninguna universidad de nivel mundial o incluso regional. Es más, diría que Latinoamérica no tiene escala para tener universidades de categoría mundial. Pero podemos aspirar a tener sistemas universitarios calificados aprovechando la gran lección de los años '90: trabajar en redes, compartir recursos, buscar sinergias.

El Banco Mundial y la Unesco han promovido recientemente propuestas políticas sobre el futuro de la universidad. Mucha gente ha querido leer en estas dos fuentes visiones contrapuestas y excluyentes. Yo prefiero resaltar sus puntos de coincidencia y una de ellas es la necesidad de diferenciación institucional que ambas instituciones recomiendan. Las universidades no son ni deben ser todas iguales. Según el tipo de misión que elijan, cambiarán sus formas. Nos tenemos que acostumbrar a que las sociedades latinoamericanas no necesitan, ni pueden, ni deben aspirar a generar colecciones de émulos mediocres de Oxford o Harvard. Tenemos que encontrar nuestra propia forma de creación universitaria, nuestro particular modo de cooperación entre universidades latinoamericanas, de manera que podamos ofrecer a nuestras sociedades una mejor promesa para el siglo XXI.

Muchas gracias.