El deber de aprender y la necesidad de recordar
Señor Presidente de la República, señor Presidente de la B´nai B´rith, señor Presidente de la Nueva Congregación Israelita, autoridades nacionales, estimados amigos.
Para mí es un honor y un deber ser parte de esta importante conmemoración de los trágicos sucesos de noviembre de 1938. Mi interés en el tema es muy personal. Como muchos saben, mi madre, mi tío, mis abuelos, mis bisabuelos pasaron por sus propias noches de cristal, durante esa trágica época, y muchos no pudieron ver el día siguiente. La memoria es un desafío en familias como la nuestra. Los muertos no pueden recordar, y los vivos no pueden olvidar…
El aniversario de la Kristallnacht no debe ser solo una ocasión para recordar. Debe ser una ocasión para interpelarnos. Una ocasión para preguntarnos qué hubiéramos hecho si hubiéramos estado en uno de los tantos pueblos y ciudades de Alemania o de Austria donde al mismo tiempo se estaban invadiendo casas, incendiando sinagogas, empujando a ancianos, hombres, mujeres y niños a la calle y robando sus cosas. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Qué aprendimos de esa tragedia? ¿Por qué es importante aprender de lo que ocurrió?
¿Qué fue la Kristallnacht? El propio nombre Kristallnacht es un ejemplo de la “muerte por eufemismo” que usaban los nazis como la “Solución final” o “El trabajo te hace libre”. El objetivo de la Kristallnacht no fue atentar contra las propiedades judías, eso fue solo la superficie. La Kristallnacht fue parte de la campaña de despojo de las pertenencias de los judíos. Pero los nazis ya habían comenzado varios años antes a robar los bienes de los judíos, despojándolos de los trabajos, quitándoles los ahorros, obligándolos a vender a precio vil sus propiedades y empresas. Hubieran podido continuar los robos y despojos sin quemar todas las sinagogas del país, sin involucrar a miles de vecinos no judíos y sin encarcelar a miles de personas.
El objetivo de la Kristallnacht fue otro, mucho más doloroso que el robo y que la agresión física. La Kristallnacht fue un ritual público de humillación de los judíos del Reich. En cada ciudad y pueblo de Alemania y Austria se organizaron acciones públicas degradantes de judíos de todas las edades y condiciones. Fue el siguiente paso en la secuencia de la deshumanización de los judíos comenzada con el régimen nazi y que era un paso necesario para lo que vendría después. Y también fue un paso en la deshumanización de los alemanes no judíos a quienes el régimen nazi buscaba hacer cómplices y testigos de su barbarie.
Los nazis priorizaron la destrucción de la autoestima y la dignidad de los judíos mucho más que el robo y la destrucción de propiedades. La Kristallnacht fue un anuncio al mundo de que el tercer Reich no tenía límites en sus actos, y lamentablemente, por la falta de repercusiones internacionales que tuvo, fue claro que nadie tenía la capacidad ni la voluntad de poner esos límites.
El impacto de la Kristallnacht fue devastador en la psiquis colectiva de los judíos alemanes. Junto con los cristales se rompieron las fantasías de aceptación de los judíos en la sociedad alemana.
Cien mil alemanes judíos sirvieron en la Primera Guerra Mundial, doce mil murieron en acción, dieciocho mil recibieron la Cruz de Guerra. En una sociedad como la alemana, esos son símbolos muy importantes. Veteranos de guerra condecorados, científicos y artistas que habían dado distinción internacional a Alemania, familias que vivían en sus ciudades y barrios desde la Edad Media. Todos sin distinción fueron discriminados, despojados de sus pertenencias, excluidos de sus trabajos y profesiones, expulsados de sus casas y finalmente, en su mayoría, asesinados.
De repente estaba ocurriendo “lo impensable”. Aun después de cinco años de gobierno nazi lo que pasó en el pogrom de noviembre de 1938 era impensable para los judíos. Como ciudadanos alemanes su mundo era el de una sociedad organizada en base a la ley, al derecho a la protección de la vida y de la propiedad. Incluso los propios nazis habían sido votados en una plataforma de ley y orden.
De repente los judíos alemanes se encontraron frente a una fusión impensable de civilización y barbarie. Bandas paramilitares atacaron impunemente hogares, sinagogas y negocios, mientras miles de vecinos participaban en la agresión y el pillaje, y otros observaban pasivamente. Como los bomberos de Ray Bradbury en Fahrenheit 451, los bomberos alemanes no apagaban el fuego, solo cuidaban que no se incendiaran los edificios vecinos de no judíos. La policía no detenía a los vándalos, la policía solo se ocupaba que los judíos no pudieran escapar.
Todos los indicadores de una sociedad civilizada se apagaron de repente y al mismo tiempo. La Kristallnacht fue el gran apagón de la civilización. La Kristallnacht apuntaba a hacer entender a los judíos y no judíos que ya no eran parte del mismo mundo.
Los “vidrios rotos”, una expresión acuñada posiblemente por Joseph Goebbels, proyectan un intenso simbolismo. Simbolizan la decadencia de edificios, y metafóricamente, la decadencia de comunidades humanas. El vidrio roto refracta la luz y la refracción produce dos imágenes, una a cada lado de la superficie refractaria. Una era la visión de los alemanes no judíos y la otra la de los judíos. El ominoso mensaje de la Kristallnacht es que ya no era posible pertenecer a ambas categorías, ya no era posible ser judío y alemán, ser alemán y judío. Kristallnacht fue el comienzo del fin de la vida judía en Alemania, primero de la vida ciudadana, después de la vida comunitaria y finalmente de la vida física. Los nazis no buscaban solo la muerte de los judíos, buscaban la muerte del judaísmo, al mismo tiempo que la vida eterna del Reich.
¿Cómo pudo ocurrir la Kristallnacht? Esas son preguntas difíciles de contestar y dolorosas de plantear. ¿Cómo pudo ocurrir un pogrom con decenas de miles de víctimas y perpetradores en pleno siglo XX, en uno de los países más educados del mundo? ¿Cómo pudieron los vecinos observar pasivamente participar del pillaje? ¿Cómo pudieron la mayoría de los países no ofrecer refugio? ¿Podrían países como el nuestro haber ayudado más? ¿Qué haríamos nosotros si vemos a nuestros vecinos de toda la vida arrastrados por bandas paramilitares a la calle y su casa destruida? Esta introspección ética nos tiene que ayudar a internalizar el riesgo moral de la inacción.
¿Por qué es importante aprender de lo que ocurrió? Es tan importante el deber de aprender como la necesidad de recordar. No se puede aprender sin recordar, pero se puede recordar sin aprender. Como dice el eminente historiador Saul Friedländer: “el recuerdo ritual que no interpela, que no enseña, no es un real homenaje a las víctimas y tampoco es una censura moral a los perpetradores”. El recuerdo ritual es un “acto de exorcismo”, como si la Kristallnacht o la Shoá fueran actos sobrenaturales sin responsables ni cómplices humanos. Aprender sobre lo que pasó es necesario, aunque no suficiente para prevenir tragedias similares. Es necesario para entender hasta dónde puede llegar la crueldad cuando no es confrontada, es necesario para reconocer y prepararse frente a las consecuencias de la indefensión.
Aprender sobre la Kristallnacht es importante porque nos alerta cómo pueden evolucionar los prejuicios a persecuciones, las persecuciones a matanzas y las matanzas a genocidios. Es importante porque nos alerta sobre la importancia de reconocer y frenar esos procesos en etapas tempranas desde la mente y el alma de uno, hasta su familia, hasta su escuela, hasta su barrio, hasta su ciudad, hasta su país. No todo prejuicio termina en genocidio, pero todo genocidio ha comenzado por prejuicios.
Es un error concebir la Kristallnacht como un evento del pasado desconectado de nuestro tiempo. Aunque cada situación histórica es única, las fuerzas que las impulsan se repiten. La intolerancia, la discriminación, el despojo, la indiferencia, las matanzas organizadas, alcanzaron una proporción inconcebible en la Alemania nazi, pero también existen en nuestra época.
Piensen por ejemplo, cerca nuestro, en el atentado a la AMIA en Argentina en 1994. Fue una agresión barbárica contra judíos en su edificio más emblemático. Murieron más judíos en ese atentado en proporción a la población que en la Kristallnacht. Según la justicia argentina fue organizado por un Estado al igual que en Kristallnacht. A diferencia de la Kristallnacht, por la cual se procesaron a siete mil personas, el crimen de la AMIA continúa impune.
¿Qué pasó después de la Kristallnacht? Los Estados Unidos retiraron a su embajador en Berlín pero no cortaron relaciones. Ningún país tomó medidas diplomáticas ni aumentó sus visas de inmigración a pesar de que la totalidad de los diplomáticos acreditados en Alemania y Austria describieron gráficamente los excesos que habían ocurrido. A partir de la Kristallnacht resultó claro que los judíos no tenían medios para defenderse, no tenían aliados, no tenían vías de escape ni lugar de refugio. Después de noviembre de 1938 los judíos ya no buscaban el mejor lugar para ir, buscaban cualquier lugar para salir. Como dijo Haim Weizmann: “Para los judíos alemanes después de la Kristallnacht el mundo se dividía en dos, países que los querían expulsar y países que no los querían recibir”.
Tenemos el deber de aprender de la Kristallnacht y de lo que vino después: Wannsee, deportaciones, guetos, campos de concentración, campos de exterminio, como los círculos de Dante. Debemos aprender que no podemos ser indiferentes al destino de los demás. Debemos aprender que todos los humanos formamos parte de un tejido común y debemos aprender que no debemos permitir que algo así ocurra nunca más. Nunca más indefensos, nunca más solos, nunca más desunidos.
Gracias Presidente por acompañarnos hoy. Gracias a todos ustedes por haber venido hoy aquí. Gracias a la B´nai B´rith por continuar encendiendo las velas del recuerdo y de la esperanza.
Muchas gracias.