Por más pequeña que sea la compra, los uruguayos están acostumbrados a recibir por lo menos una bolsa de plástico al día. Se las ve tiradas en la calle, dispersas en el agua. Se calcula que en Uruguay circulan al año unas 1.200 millones de bolsas de plástico, casi 400 por cada habitante del país. A nivel mundial se estima que 250.000 toneladas flotan en los océanos del planeta.
Por eso, y en sintonía con la preocupación internacional por el cuidado del ambiente, desincentivar el consumo de las tradicionales bolsas de polietileno y otros derivados del petróleo es el principal objetivo de la ley recientemente promulgada por el Poder Ejecutivo, que prevé el cobro de las bolsas en los comercios y la obligación de utilizar productos más sustentables.
Son varios los productos que aparecen cada vez con más fuerza en el mercado y se presentan como alternativas a estas bolsas. Igualmente, los expertos aseguran que existe una gran confusión a la hora de diferenciar el tipo de bolsas permitidas y cuáles son las más amigables para el ambiente.
Precisamente, Ignacio Gajer, estudiante de Ingeniería en Biotecnología de la Universidad ORT Uruguay, y la Mag. Inés Tiscornia, docente de la carrera, hace unos meses se propusieron introducir en el país una materia prima italiana 100 % vegetal y expandir el conocimiento al respecto.
“Hay un desconocimiento muy grande en el mercado sobre estos productos”, afirmó Gajer, y alentó a informarse para saber qué tipo de bolsas se debe utilizar y por qué.
La ley establece la prohibición de la “fabricación, importación, distribución, venta y entrega, a cualquier título, de las bolsas plásticas que no sean compostables o biodegradables”. De aquí la importancia de las definiciones.
La “biodegradación” es un proceso en el que un material se descompone por la acción de microorganismos y genera dióxido de carbono, agua y biomasa, que luego vuelven a incorporarse en la naturaleza. Si bien este proceso afecta a todos los materiales, existen diferencias en el tiempo que lleva la descomposición en cada caso, según explicó Gajer.
“Todas las descomposiciones son de carácter biológico y todo en algún momento se va a descomponer”, aseguró. Mientras que las tradicionales bolsas de polietileno demoran más de 150 años en degradarse, materiales como los biopolímeros de origen vegetal demoran 12 semanas si se encuentran en condiciones controladas en una planta de compostaje industrial, o 10 años si terminan en el sitio de disposición final junto con todos los residuos.
Popularmente se conoce como “bioplásticos” a los materiales que se diferencian del plástico tradicional —derivados del petróleo— por estar elaborados por materias primas renovables.
Esto también genera confusiones porque por un lado hay materiales que provienen de materias primas renovables que no son biodegradables y, al mismo tiempo, hay materiales biodegradables fabricados con derivados del petróleo. El siguiente esquema clasifica los distintos materiales en función de su origen y su capacidad de biodegradación:
A partir de la nueva legislación, los materiales aceptados por la ley son los que figuran en el esquema marcados en rojo. Es decir, la prohibición de los productos se establece según el proceso de degradación, y no en base al origen de la materia prima.
En este contexto de confusión terminológica, la palabra que ha ganado terreno, según Gajer, es la de “compostaje”. Este término refiere a un tipo de biodegradación que se realiza en condiciones controladas (de temperatura, humedad, entre otras) y a partir de la que se obtiene un producto (compost) capaz de utilizarse como abono.
En Uruguay existen plantas de compostaje, pero no hay un circuito instrumentado para clasificar los residuos orgánicos domiciliarios y disponerlos en una planta de compostaje común. De allí la importancia de incentivar el llamado “compostaje en el hogar”. Para aprender a realizar este tipo de tratamiento de residuos, la Intendencia de Montevideo recientemente publicó un manual de vermicompostaje.
Respecto al producto que empezaron a fabricar la docente y el estudiante de ORT, Tiscornia aseguró que “cumple con todos los requisitos de la ley y, además, es de origen renovable”.
“El proyecto tiene apoyo de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) y del Fondo Industrial del Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM), lo que nos permitirá optimizar el proceso de producción y trabajar en promoción y educación sobre estos nuevos materiales”, explicó la docente de ORT.
Estas nuevas bolsas se biodegradan en presencia de oxígeno en 180 días y, en condiciones de compostaje industrial, en 12 semanas. En caso que se depositen en el basurero (con el resto de los residuos) demorarán más en degradarse, pero tendrán un menor impacto en el ambiente en comparación con las bolsas tradicionales.
“Al ser elaborado a base de almidón de maíz y no de petróleo, los microorganismos pueden comérselo, asimilarlo en su metabolismo sin morirse en el intento, como sucede si consumen plástico”, explicó Gajer.
La mayoría de las bolsas que ya se venden en los comercios como alternativas “ecoamigables” son bolsas de polietileno oxobiodegradables. Lo que sucede con ellas es que se les adiciona a las bolsas convencionales un aditivo que acelera su desintegración física, pero que, al mismo tiempo, genera microplásticos que contaminan los cursos de agua. Por este motivo la tendencia mundial es dejar de usar este material.
“Queremos reducir el problema ya”, aseguraron los emprendedores, quienes pensaron en esta idea luego de coincidir en un taller sobre cultivos celulares que dictaba Tiscornia.