“Trabajo en el estudio One Works, en Milán. Acá empecé diseñando, haciendo proyectos ejecutivos, tenders, concepts design y todo lo que había para hacer, y ahora también estoy en una posición de dirección de obra”, cuenta Imanol Perez desde el norte de la bota italiana, en Milán, entre la costa mediterránea y los Alpes. Pero su camino como arquitecto comenzó muchos años antes.
Su primer acercamiento a lo que terminó siendo su profesión fue dibujar edificios en sus horas libres del liceo y comenzar a jugar con herramientas digitales de modelación. Hizo el bachillerato internacional (formato IB: International Baccalaureate®) con especialización en arquitectura porque ya tenía decidido que era lo que quería estudiar, donde formó un grupo de amigos que terminaron todos inscribiéndose en la Facultad de Arquitectura de ORT.
A partir de la asignatura Metodología de la Investigación con el docente Arq. Emilio Nisivoccia, Imanol se topó con un tema que lo desveló: la neurociencia y su vínculo con la arquitectura, que se transformó rápidamente en el tema de investigación para su proyecto final de carrera. “Si hay algo que valoro de la carrera fue la libertad que tuve a la hora de tomar decisiones en cuanto a, por ejemplo, la elección de mi proyecto de tesis y la propuesta de mi tema de investigación”, afirma.
Su foco era algo innovador dentro de la arquitectura y tuvo dificultades incluso en la elección del tutor, porque no había nadie tan especializado. Al final, el docente que tomó la posta fue quien le presentó por primera vez el tema: Emilio Nisivoccia.
“Como docente, uno lo que siempre intenta hacer es alentar al estudiante, más si ve que tiene cierto entusiasmo por un tema y bases que le sirvan de ventajas comparativas. Y él, cuando planteó el tema, ya tenía alguna lectura, no partía de cero”, recuerda el docente, que asegura que es tanto mejor para un proyecto si el protagonista (el estudiante, en este caso) está convencido de lo que hace. “Fue una tesis diferente, un tema excéntrico que me generó dudas de si naufragaríamos en el camino porque yo del tema sabía poco y nada, y la voz cantante la llevaba él. Yo hacía más de interlocutor, problematizaba y cuestionaba lo que él traía”, relata.
Para Nisivoccia, el docente debe ser lo suficientemente abierto de cabeza para alentar a los estudiantes a que se desarrollen y sean protagonistas de sus trabajos y de sus futuros, debe darle confianza y herramientas metodológicas para pararse frente a las cosas, buscar respuestas y ser honestos en la traba lógica de la construcción de un problema. “Una parte fundamental de la formación universitaria es entender que el conocimiento es absolutamente infinito, inabarcable y que, en realidad, lo que uno necesita es contar con instrumentos críticos para poder construir sus propios desafíos y obtener sus propias respuestas”, sostiene.
La neurociencia aplicada a la arquitectura, según Imanol, tiene muchas puntas, y la que más le interesó fue “el estudio de las razones de las decisiones que tomamos como arquitectos a la hora de diseñar, desde un punto de vista del afecto que tienen sobre las emociones de las personas, estudiadas y verificadas empíricamente. Para efectivamente diseñar (por ejemplo) un espacio de reflexión, hoy estamos en una nueva era de conocimiento en la que podemos entender qué pasa por la cabeza del usuario y diseñar acorde a eso con sustento científico”.
En otras palabras, la aplicación de la neurociencia en la arquitectura se basa en idear, diseñar, proyectar y construir según lo que sienten las personas en los diferentes espacios, que anteriormente se relegaba a la libre interpretación del arquitecto. “Ahora sabemos qué emociones generan los colores, qué hace la volumetría de un espacio, qué afectación tiene sobre el estrés, sobre la exaltación de una persona y un montón más de valores nuevos que influyen en las decisiones proyectuales”, dice Imanol.
Posterior a su graduación, realizó un curso de especialización llamado Arquitectura y Tecnología en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, donde estudió el parametricismo: cómo entender al objeto arquitectónico como una variedad de parámetros, más allá de un elemento tallado por el arquitecto. Sin embargo, se declara no tan fanático del acercamiento del parametricismo a la arquitectura, pero afirma que desde el punto de vista del proceso y la funcionalidad es una metodología muy interesante, y que además guarda cierto vínculo con su anterior investigación sobre la neurociencia desde la perspectiva de pensar cada parte de un proyecto basado en la evidencia empírica de lo que prefiere o favorece al usuario final.
En su búsqueda por seguir especializándose en lo referido a la neurociencia y la arquitectura, Imanol consiguió una beca MAECI del gobierno italiano para estudiar un máster relacionado al mismo tema en la Universidad Iuav de Venecia (organizadora del famoso Bienal de Arquitectura). “Un máster con docentes que yo mismo había estudiado para mi tesis y que leía asiduamente”, recuerda.
Si bien arquitectónicamente el proyecto de investigación para su tesis de grado es interesante y fue bien recibido porque se puede aplicar para mejorar procesos de trabajo, desde el punto de vista científico no tuvo demasiada relevancia para los docentes y catedráticos de la Iuav porque era más bien un compilado histórico de información que había sobre esta teoría. De hecho, recuerda: “Los docentes a los que pude hacerles leer un poco me dijeron que ahora debía buscar directamente un enfoque científico, empezar a investigar y experimentar, hacer trabajo de campo y salir de la teoría”.
Además de que lo primero que le sugirieron fue investigar sobre el detalle y evitar las conclusiones amplias y muy abarcativas, que requieren más tiempo y recursos, e intentar generar conocimiento acerca de algo específico. Según recuerda, a pesar de que como arquitecto no tenía el background científico necesario, el máster y el “grupo superinterdisciplinario y globalizado” con el que lo compartió fue lo que le dio las herramientas para, como mínimo, “hablar el mismo idioma que un neurocientífico” para explicarse y entenderse.
¿Está en tus planes incursionar en esta especialidad dentro de la arquitectura?
Sí, pero a largo plazo. Hay mercado laboral, tengo amigos del máster que trabajan en cosas relacionadas. Una trabaja estudiando la habitabilidad de los espacios para una clínica para personas con trastornos psicológicos, donde la información neurocientífica es fundamental para el diseño arquitectónico porque influye directamente en el bienestar mental de un grupo de personas. Después, otros amigos son parte de un grupo nuevo de investigación dedicado a dar lineamientos neurocientíficos de todos de todas las proyecciones arquitectónicas de su estudio. Poco a poco empieza a cobrar más importancia el bienestar mental de los espacios y las estructuras, y obviamente se empieza también a monetizar. En el futuro seguro vendrán muchas más oportunidades de estas características en todo el mundo.
¿Cómo es tu trabajo en Milán?
Actualmente estoy en una posición de dirección de obra. Para trabajar acá, mi experiencia y formación me ayudaron mucho por la cantidad de conocimientos técnicos que adquirí durante la carrera. Acá en la universidad aprenden a diseñar y no a construir, y eso se percibe cuando no saben tomar decisiones técnicas. Eso fue algo que se me reconoció rápidamente en este estudio, y me ayudó mucho a progresar y trabajar en diferentes proyectos del estudio.
Nosotros salimos de la universidad sabiendo todo acerca del diseño y la construcción, aunque obviamente todo conocimiento lo ajustás con la práctica, que siempre termina siendo una excelente escuela. Tengo colegas acá que en cinco o seis años de facultad nunca pisaron una obra, son arquitectos sin obra. Mientras tanto, en ORT tuvimos hasta una materia en la que construimos nosotros con nuestras propias manos, y que no me la voy a olvidar nunca: Procedimientos Constructivos 4, con el docente Ricardo Romero, una materia motivadora como ninguna otra y la favorita de casi todos los arquitectos salidos de ORT.
¿Cómo es tu vida en Milán?
Llegué a Milán por un formato de pasantías del propio máster. Venecia es linda para visitarla, pero para vivirla es bastante aburrida. Me mudé a Milán, hice la pasantía, me contrataron y ahora hace casi dos años que estoy acá.
La ciudad de Milán es espectacular. Está en un lugar estratégico del norte de Italia porque estás a dos horas de la playa -del Mar Mediterráneo, azul, en el que mirás para abajo y a 20 metros están los pececitos nadando-, y también a dos horas de la montaña -Los Alpes-. Entonces, en verano vas a la playa y en invierno a esquiar en un par de horas de viaje.
La gran mayoría de la gente que conocés está relacionada al diseño, es la capital europea del diseño. Hay una cantidad impresionante de gente trabajando en la industria de la moda, el design en general, la arquitectura. Se respira y se siente esa vara estética que hay en la ciudad, la gente en la calle maneja un nivel de elegancia, cuidado y producción espectacular, hasta para ir al supermercado. Incluso cuando vienen mis amigos a visitarme les advierto que tengan en cuenta que acá está todo el mundo bien vestido. A veces es hasta abrumador tener siempre esa vara estética, te dan ganas de estresarte menos. A una hora y media está Torino que es totalmente lo contrario, la ciudad underground de Italia.
¿Qué hacés en tus tiempos libres?
Sigo al Inter en fútbol y al Pallacanestro Olimpia Milano en básquet. Cuando llegué, enseguida me hice amigo de un grupo de milaneses, que es algo raro porque se dice que son “cerrados”, pero ellos están tan enamorados de nosotros, el uruguayo y el argentino, que les hice un asado y conquisté sus corazones. Culturalmente son muy parecidos a nosotros y me llevaron a la cancha y a conocer otro montón de lugares más.